A lo largo del tiempo, muchas obras cinematográficas han abordado el futurismo, presentando escenarios en los que el ser humano logra hazañas extraordinarias: viajes en el tiempo, exploración del espacio, recreación de especies extintas y, sobre todo, el desarrollo de tecnologías capaces de superar los límites de lo imaginable, desafiando tanto la lógica como las leyes actuales de la física.
En estos contextos, la simbiosis entre el ser humano y la máquina suele desembocar en consecuencias catastróficas. La naturaleza humana, cargada de contradicciones, queda al descubierto: las decisiones de los protagonistas suelen estar motivadas por emociones, impulsos arbitrarios o el dominio del ego. El uso de la tecnología con fines personales y desde una ingenuidad peligrosa desencadena errores que los sistemas artificiales no son capaces de anticipar, ya que fueron diseñados para operar bajo parámetros fijos y principios funcionales inmutables.
Películas como "Her" exploran la confusión entre lo real y lo artificial, donde el protagonista termina enamorado de su asistente virtual, difuminando los límites entre el afecto humano y la inteligencia sintética. En "The Terminator", el porvenir se presenta como una distopía dominada por IAs fuera de control; facciones del futuro viajan al pasado con el propósito de salvaguardar o eliminar a su creador, en un intento desesperado por evitar el apocalipsis.
Estas cintas de ciencia ficción construyen una atmósfera inquietante, en la que se insinúa una pregunta inevitable: ¿Está realmente la tecnología a nuestro servicio… o podría terminar por reemplazarnos?
¿De dónde proviene el concepto de Obsolescencia?
En nuestra era, el concepto de obsolescencia cobró protagonismo al ritmo del avance tecnológico. Surgió inicialmente asociado a nuestros dispositivos móviles, que tras unos pocos años —tres, cinco como mucho— comenzaban a volverse lentos, incompatibles o simplemente inútiles.
Hablamos entonces de obsolescencia programada, una estrategia de mercado que, mediante la suspensión de actualizaciones o la incompatibilidad con nuevo hardware, impulsaba a los usuarios a renovar sus equipos con frecuencia. Más allá del malestar o sensación de estafa que generó, el concepto de obsolescencia se instaló en nuestra memoria colectiva. Y fue evolucionando: ya no solo se trata de cosas, sino también de personas.
Del Homo Sapiens al "Homo Digitalis"
Desde sus orígenes, el ser humano ha creado herramientas para sobrevivir, adaptarse y dominar su entorno. Aprendió a cazar, a cocinar, a construir. Pero en la actualidad, en el mapa evolutivo de nuestra especie, podríamos afirmar que hemos ingresado a la era del “Homo Digitalis”.
Este término no describe una transformación biológica, sino cultural. Es una metáfora de adaptación: nuestras formas de aprender, trabajar, comunicarnos y percibir el mundo han sido profundamente moldeadas por las tecnologías digitales. Las nuevas generaciones, nacidas en entornos hiperconectados, desarrollan habilidades distintas, en las que lo virtual se entrelaza con lo real.
Cada salto evolutivo trae consigo avances, pero también pérdidas: hábitos abandonados, vínculos debilitados, nuevas formas de alienación.
El nuevo desafío: vivir en la realidad virtual
Hoy, las preocupaciones ya no giran en torno a la supervivencia física, sino a cómo optimizar los sistemas y plataformas que configuran nuestras realidades digitales. Series como "Black Mirror" nos advierten sobre futuros posibles, en los que la tecnología mal regulada o mal utilizada podría poner en peligro nuestra propia esencia como especie.
El mensaje es claro: si la tecnología se convierte en fin y no en medio, el ser humano podría dejar de ser necesario.
¿Estamos en riesgo de ser reemplazados?
La irrupción masiva de la Inteligencia Artificial generativa ha encendido las alarmas. ¿Puede una máquina pensar mejor que nosotros? ¿Resolver problemas más rápido? ¿Crear arte, escribir textos, componer música? Aunque los temores al reemplazo no son nuevos —han acompañado cada revolución tecnológica—, esta vez la velocidad y escala del cambio parece superar la capacidad de respuesta social, ética y regulatoria. Y si no se establecen límites claros, si no se garantiza que la IA funcione como una herramienta complementaria y no como un sustituto, los riesgos podrían ser profundos... e irreversibles.
Consecuencias negativas del mal uso de chatbots con IA
Como experimento, preguntamos a ChatGPT cuáles son las principales consecuencias negativas del uso indiscriminado de la inteligencia artificial. Estas fueron sus respuestas:
1. Filtración o exposición de información sensible.
2. Generación y difusión de desinformación (deepfakes, fake news).
3. Brechas sociales por desigual acceso a la tecnología.
4. Reemplazo de labores humanas en diversas industrias.
5. Reducción del pensamiento crítico y aumento de la dependencia tecnológica.
6. Pérdida de habilidades cognitivas fundamentales (análisis, redacción, resolución de problemas).
7. Reproducción y amplificación de sesgos por parte de los algoritmos.
8. Impacto psicológico y deterioro de las interacciones humanas.
9. Confusión entre lo real y lo artificial.
10. Alteraciones en la percepción del mundo y en la autoestima.
11. Uso malicioso: ciberataques, fraudes, armas autónomas, entre otros.
Una advertencia con buenas intenciones
Como decía Oscar Wilde:
"Las peores obras son las que están hechas con las mejores intenciones"
No se trata de adoptar un discurso apocalíptico, sino de asumir la responsabilidad que implica el desarrollo y uso de tecnologías tan poderosas.
La IA representa una cúspide en la evolución tecnológica: una memoria colectiva digital, un pensamiento abstracto procesado, una herramienta que acelera procesos y optimiza tiempos. Pero también puede seducirnos, generar dependencia y debilitar lo que nos hace humanos: la creatividad, la reflexión, el encuentro.
¿El ser humano podría quedar obsoleto?
Entonces, volviendo a la pregunta inicial: ¿Es posible que el ser humano quede obsoleto? La respuesta es simple, pero profunda:
"Sólo si el ser humano lo permite"
Que la inteligencia artificial nos libere de tareas repetitivas, sí. Pero que ese tiempo ganado lo dediquemos a crear, convivir, amar y pensar. Que no perdamos nuestra humanidad en el proceso.
